No dejan de sorprender los robos y vandalismo que continuamente se suceden en nuestra comunidad. El problema es que cuando se tornan permanentes nos acostumbramos a ellos y ahí está el error, porque dejamos de actuar para evitarlos y empezamos a asumirlos como algo natural. Entonces, nadie hace nada ante estos hechos que claramente constituyen faltas en algunos casos y delitos en otros, y en tanto unos como otros, deben ser sancionados o condenados, como corresponde.
Los robos en viviendas particulares, en comercios y/o vehículos estacionados en la vía pública, cuando sus titulares no se encuentran en el momento, o con el agravante del ataque del que son víctimas cuando para cometer estos ilícitos, los delincuentes recurren al uso de la fuerza o de armas blancas o de fuego en el peor de los casos.
El robo de elementos personales: bolsos, carteras, documentos, tarjetas, billeteras, teléfonos celulares, zapatillas, bicicletas o motos, entre los más comunes están a la orden del día. Las cámaras de vigilancia en viviendas, en negocios y en la vía pública, a veces permiten identificar a los autores de esos delitos y lograr, en algunos casos, la aprehensión de los mismos. Aunque sabemos también que en la mayoría de los hechos, significa un mero trámite para el ladrón que cuenta con el beneficio de volver inmediatamente a la calle, cuando el delito es menor, y seguir con su accionar delictivo.
Además, cuando no hay denuncias en su contra por hechos anteriores, representa un beneficio extra para continuar por ese mismo camino. También está el vandalismo constante del que son “blanco” los colectivos de las empresas de transporte público de pasajeros, tanto en algunos sectores de la ciudad, como en sitios más alejados que terminan con ventanillas destruidas a pedradas y heridas en el pasaje, y por esa razón, unidades que quedan momentáneamente fuera de servicio hasta su reparación y que obliga a tener que cambiar de recorrido –cuando se pueda- o la amenaza por parte de la concesionarias de no prestar más el servicio por ciertos lugares, hasta que no se garanticen desde el Estado, medidas de seguridad para continuar circulando.
El vandalismo del que son objeto también continuamente los bienes de todos en los espacios públicos (luminarias y mobiliarios) en calles, veredas, plazas y paseos. Los repetidos ataques incendiarios contra las llamadas estaciones ecológicas instaladas por el municipio en varios puntos de la ciudad. El robo de cables –y con ello el corte del servicio eléctrico- para disponer del cobre para su comercialización. Con la misma intención la sustracción de cientos de placas de bronce en los nichos y sepulturas del cementerio central sin el respeto por ese lugar sagrado, y sin que nadie vea nada, como siempre.
Hace unos días hubo una profanación en el cementerio de El Chañaral, del Instituto del Verbo Encarnado. Sustrajeron los brazos de la imagen del Cristo que se ubica en el lugar, de dos metros de alto y cubierto de bronce. No se llevaron el torso por el peso que tiene, seguramente. Incluso en el monumento a los Héroes de Malvinas que hace un tiempo sufrió actos vandálicos –y por eso- hubo que vallarlo para darle más protección al lugar, también hace unos días volvía a padecer daños en las rejas y sus bases de cemento con la clara intención de llevárselas. La agrupación Malvineros por Malvinas se encargó de reparar el daño observado en el lugar.
No hay respeto por nada ni nadie. Falta mayor acción del Estado para evitar que estos hechos sucedan. Y el compromiso de la Justica para aplicar medidas ejemplificadoras contra los responsables. De esa manera, el vecino también se encargará de denunciar a los malhechores sin temor, porque sabrá que ante todo hay un Estado “presente” que le garantiza el derecho a vivir en una sociedad civilizada y segura. Donde lo importante es él y no el delincuente con la ley a su favor.