La República Federal de Somalia es un país ubicado en el Cuerno de África, al este del continente. Tiene 17 millones de habitantes y es uno de los 10 países más pobres del mundo, con aproximadamente el 43% de su población viviendo en pobreza extrema. La desolación que se abate sobre la población necesita el auxilio urgente de los países ricos.
El terrible drama nace de la combinación letal formada por la guerra, el cambio climático y la subida de precios, primero por la pandemia del COVID y luego por el conflicto en Ucrania.
La consecuencia más inmediata es la falta de comida y agua para millones de personas y el descenso al abismo de las desnutrición para cientos de miles de niños (por debajo de los cinco años la ONU los calcula en 1,8 millones). Las organizaciones internacionales que monitorean la situación no la llaman aun hambruna, el nivel más alto de inseguridad alimentaria. El sufrimiento de la gente es inmenso: morirse de hambre no necesita de más explicaciones.
La sequía que golpea al Cuerno de África es histórica, la peor de las últimas 40 años. Ya son cinco temporadas de lluvia sin que caiga una sola gota de agua, un golpe durísimo para economías y pueblos que dependen de sus cereales para sobrevivir. No es un desastre natural: los científicos han llegado a la convicción de estamos ante una consecuencia del cambio climático.
Pero la falta de lluvias no sería tan mortal en Somalia si no viniera acompañada de un conflicto armado que dura ya tres décadas y que ha hecho saltar por los aires las costuras del país. Casi cuatro millones de habitantes han tenido que huir de sus casas por la violencia protagonizada casi siempre por las milicias yihadistas de Al Shabab, conectadas con Al Qaeda, que roban, secuestran y matan en buena parte del territorio con terrible impunidad.
La ONU calcula que, para este verano, habrá 1,8 millones de niños menores de cinco años con desnutrición grave. En 2011 Somalia sufrió la que se considera la peor hambruna que ha habido en el mundo en lo que va del siglo XXI. Murieron más de 260,000 personas. En aquella ocasión, fueron solo tres las temporadas de lluvia fallidas.
Los 17 millones de somalíes llevan décadas padeciendo guerras civiles y gobiernos frágiles, apoyados por la Unión Africana y por Estados Unidos que intenta que el país no se convierta en un fortín terrorista. La elección de un nuevo presidente el año pasado creó un clima de frágil esperanza al que han seguido importantes victorias de las fuerzas gubernamentales. Al igual que pasó en Etiopía, o sigue ocurriendo en Congo y el Sahel occidental, el largo y devastador conflicto de Somalia cae siempre en la zona de sombra del interés mundial. Ya sea por unas razones u otras, como la guerra de Siria o ahora la de Ucrania, el planeta está mirando hacia otro lado. En el imaginario occidental, África aun emerge como una tierra donde la guerra y el hambre forman parte del paisaje, pero en ningún lugar está suscrito que tenga que ser así. Sin el compromiso internacional y una ayuda urgente las cosas no solo seguirán estando igual sino que van a empeorar