Editorial

Tumbas en el mar salvaje

“Me inundan sus ojos como un mar salvaje

colapso, zozobro soy un barco frágil

quiero respirar y me ahogo en el aire

me hundo en silencio, rescátame”

La tragedia del naufragio de Calabria, ocurrido hace una semana –donde al menos 67 personas se han ahogado al hundirse la embarcación en la que 180 inmigrantes irregulares trataban de alcanzar la costa italiana, en el dramático exponente de un vergonzoso fracaso de la Unión Europea, sacudida hace ya diez años por un hecho similar frente a la isla de Lampedusa en el que 368 personas también perecieron en el mar. Entre ambos naufragios, unas 26.000 personas se han dejado la vida en el Mediterráneo (un 10% de la población de San Rafael).

“La mayoría no tenía otra opción. Buscaban una vida mejor, aunque hayan acabado encontrando la muerte”, explica Flavia Pergola, trabajadora de Médicos sin Fronteras, sobre el terreno. Pergola recuerda la historia de in afgano de 15 años que viajó junto a su hermana. “Ella estaba en peligro por el régimen talibán, así que decidieron correr el riesgo y huir, pero ella ahora está muerta”. Al principio el joven no tenía la fuerza necesaria para llamar a sus padres y contarles lo ocurrido.

Tras cuatro días de navegación desde Esmirna (Turquía), un decrépito pesquero sobrecargado por casi 200 personas, entre ellas niños y mujeres embarazadas, logró avistar la costa italiana, pero el fuerte oleaje reventó en pedazos la embarcación. Las consecuencias trágicas del naufragio se agravaron ante la pésima gestión del rescate.

Un joven de unos 22 años procedente de Siria, un país que sufre desde hace 12 años los efectos de una devastadora guerra, vio morir en el Mediterráneo a su hermano pequeño de seis años por hipotermia. “Después de algunas horas el barco colapsó. Él intentó sacar a su hermano fuera del agua, pero acabó muriendo a causa del frío”, narra la trabajadora de Médicos sin fronteras.

El gobierno de Giorgia Meloni había probado, apenas unos días antes, una legislación que obliga a los barcos de organizaciones de rescate de migrantes a desembarcar en puertos muy alejados de las zonas habituales de naufragio y además mantenía inmovilizado, en el más cercano puerto de Ancona, s un buque de Médicos sin fronteras. Por si fuera poco, en lugar de acudir a los guardacostas se activó a la policía aduanera, sin embarcaciones adecuadas para hacer frente a las condiciones del mar ese día.

“Las dimensiones del drama exigen una concienzuda investigación y la depuración de responsabilidades por parte de las autoridades italianas”, dice Diario El País. Más allá del suceso, el naufragio de Calabria vuelve a poner sobre la mesa la letal inoperancia de la política europea entorno a la emigración irregular en el Mediterráneo. Tienen razón los sucesivos gobiernos italianos de estos diez años en reclamar ayuda para gestionar una crisis cronifcada. Solo en 2022 se han producido 104.061 llegadas por mar.

El verdadero número de quienes se han quedado en el camino es desconocido. No bastan los lamentos cuando el número de ahogados es tan abrumador. Las muertes de migrantes en el Mediterráneo suceden prácticamente a diario y suponen una prueba para la Unión no solo respecto a una política concreta para sus mismos principios fundacionales.

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